Monday, January 18, 2010

La historia del Guatón Loyola...




Historias Urbanas: "El Guatón Loyola"

La riña más famosa de Chile ocurrió en los años cuarenta, cuando un huaso de negocios trató de defender el honor de una mujer, pero ni la comadre Lola pudo evitar la golpiza que recibió de vuelta. La historia del Guatón Loyola se remonta al Los Andes de los años cuarenta, cuanto aún éramos un pueblo con acequias de media cuadra, abastecidas por el Canal del Pueblo, el mismo que regaba los potreros de "La Feria". Así se llamaba porque allí hubo una feria en donde se remataba el ganado traído en el tren Trasandino, desde el otro lado de la cordillera. A este remate venía siempre el Guatón Loyola porque vivía del negocio de los animales.

Don Rudesindo Castro dice que lo conoció, por lo mismo, sabía que se alojaba en el antiguo Hotel Continental, hasta donde llegaban los crianceros argentinos a subastar carros completos con ganado.

Como persona, el Guatón Loyola era simpático, bonachón, vividor, dicharachero y enamorado como él sólo. Luego de terminar sus negocios, se pinteaba como un futre: Con su pantalón de fantasía a rayas, su camisa cuadrillé, chaqueta blanca cortita, sombrero de paño y zapatos de huaso, negros y de taco ancho. Así, con esta pinta, se las endilgaba a pasarlo bien en sus picadas. En uno de los tantos viajes coincidió con el Rodeo de Los Andes y estando acá, no podía perdérselo. El año anterior lo había pasado recontra bien. Del antiguo hotel salió pinteado hacia la Plaza de Armas de Los Andes, que en esos años era un terminal con más de 60 coches victorias. Allí abordó el coche de Ramón Nanjarí, quién lo encaminó hacia el viejo Barrio Centenario.

Justo en la esquina de las calles Uruguay con Brasil, se bajó y se fue directo a la medialuna para disfrutar del rodeo. Presumía que la fiesta iba a ser muy buena, pues las canciones se escuchaban a una cuadra de distancia, y sin micrófonos. Las ramadas lucían engalanadas con la tricolor, llenas de ñeclas y guirnaldas. El techo con ramas de sauce y quinchas de hinojo, recién brotados. Loyola se sentó en el mejor lugar: Frente al apiñaero. Allí empezaron a salir unos novillos negros cuyanos, bravos y lobos, de vacas sin lechar. De inmediato la pareja de huasos estaban encima de la bestia, amortiguándola. Mientras tanto, corrían las bandejas con chicha. Terminado el rodeo, vino la premiación y los clásicos "tres pies de cueca" de los ganadores con la reina, enterrado hasta los tobillos en la arena de la medialuna. A la chicha ahora se sumaba el chacolí rosa’o. Las cantoras no paraban de tocar y las tonadas ahora hacía de “aro, aro” a las cuecas. Las ramadas estaban llenas de parroquianos venidos de todas partes del valle.

Loyola disfrutaba con las tallas entre chicha y chicha. Mientras la comadre Lola en la cocina hacía los “pequenes” y sacaba a punto las criollas y ricas empanadas caldúas del horno de barro que había calentado con la chamiza y el tasco de cáñamo. La fiesta -entre cuecas y chicha- estaba que ardía y el Guatón ya entonado compartía con sus amigos y amigas. A una de ellas hacía rato que venía cortejándola y botándosele a encachao'. En el intertanto, la dama se separó del grupo y se fue a la “casitas”, debió cruzar toda la pista, llamando la atención de todos por su belleza nativa, especialmente de los afuerinos que la piropearon hasta sonrojarla.

De ello se dio cuenta Loyola y la escena le pareció de muy mal gusto. Pero al regresar y nuevamente pasar por allí, los piropos aumentaron e incluso un santiaguino se interpuso a su paso para lisonjearla a gusto. Loyola que observaba desde su mesa, le pareció que el tipo se había propasado y se levantó raudamente a defender la honra de la dama, increpando duramente al tipo. Sin mediar espera, se trenzaron a combos en plena fiesta. Las cantoras siguieron su canto como en los barcos cuando se hunden, la pelea iba en grande, saltaban los vasos, los jarros y el comistrajo; peleaban como perros en leva, las empanadas volaban por entre las ramas.

Salió de la cocina la comadre Lola a imponer orden, pero no pudo parar el boche. Los puñetazos iban en todas las direcciones y los combos locos que se perdían los recibía el Guatón Loyola. Sin embargo, su entereza no disminuía, pero por más empeño que le ponía lo dejaron como cacerola. Tan grande fue la pelea que traspasó los límites del valle y en Los Andes todo el mundo hablaba de ella. En ese tiempo llegó por estas tierras "el flaco Gálvez" en el ferrocarril que venía de Santiago y debía esperar la combinación con el tren Trasandino, para continuar a Buenos Aires, por lo que debió pernoctar en Los Andes. Fue en esa espera que se enteró de la pelea del Guatón Loyola y empezó a registrar sus pormenores en unas servilletas de papel. Después, la hizo canción y le puso música.

De regreso, ubicó a sus amigos “Los Perlas” y les comentó: ¡Les tengo una cueca que les calza justito a ustedes! El "Flaco" y el "Chico" la interpretaron, y no pasó nada. Pero, casi sin saberlo, la cueca prendió como por arte de magia y se empezó a cantar en casi todos los rodeos.

La agarraron como un himno y se metió en la mente de la gente hasta convertirse en la leyenda que inmortalizó al Guatón Loyola, y en una de las primeras cuecas bravas de nuestro folclor.

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